En la segunda
mitad del siglo XIX el programa político del liberalismo europeo se había
impuesto casi totalmente en Europa Occidental y Central, aunque ya se le hacían críticas desde los sectores más radicales del
liberalismo(demócratas) que propugnaban la realización efectiva del principio de soberanía del pueblo y
criticaban los modelos liberales existentes, que bajo el nombre de Estados de Derecho y del constitucionalismo, escondían la hegemonía política de
las capas altas de la burguesía y de las viejas clases propietarias. Pero
además otros planteamientos políticos exteriores al sistema vendrán a poner en
crisis el modelo existente. Por un lado el socialismo, defendido por los
sectores obreros, planteaba una crítica global al sistema y a la dominación de
la burguesía. Después del fracaso de la comuna de París y de la Primera Internacional, los sectores obreros se agruparon en partidos
nacionales, de carácter más o menos revolucionario o reformista, respaldados
por los sindicatos obreros y coordinados en la Segunda Internacional. El desarrollo de estas fuerzas y su creciente actividad política atemorizó a la
burguesía, que se hizo desde entonces más conservadora, en su mayoría. De todas
formas el frente liberal se dividió a su vez entre los partidarios de mantener el sistema oligárquico tal como estaba y los que, desde entonces, optaron
por ponerse al frente de un movimiento democratizador del Estado. Por si esto
fuera poco, otro factor contribuyó a agravar esta quiebra interna y a
engrandecer la crisis del liberalismo a finales de Siglo: el nuevo nacionalismo agresivo.
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