Inicialmente
las clases aristocráticas habían sido gracias a la idea nacional, estrechamente ligada a la ideología liberal en casi todos los procesos revolucionarios de la primera mitad del siglo XIX. Pero dos grandes políticos conservadores, Bismarck y Disraeli, supieron intuir la fuerza potencial del sentimiento nacionalista, reinterpretándolo en un sentido
antiliberal. Este nuevo nacionalismo apelaba a la superioridad de unas naciones
sobre otras y al derecho de las primeras a expandirse y conquistar a las
segundas. De esta forma se defendía que la nación deseaba y necesitaba poder.
Se renegaba de la existencia de un territorio pequeño. Se deseaba pertenecer a una
unidad grande, haciendo valer la voluntad común hacia el exterior, desafiando a los
demás pueblos.
Este
nacionalismo agresivo o de gran potencia cobró un auge extraordinario en las
dos últimas décadas del Siglo XIX. Así en Inglaterra, se propugno la idea de
moldear el mundo con carácter anglosajón (hacer del mundo Inglaterra), mientras en Alemania se insistía en la idea del Estado como la
organización de la nación en función del poderío, abogando por la construcción
de un Estado militar. En Francia el nacionalismo se basa en el antisemitismo, en el racismo y el anti capitalismo, defendidos por el grupo “Acción Francesa”, que
establecía que el poder de la nación es el máximo valor.
El desarrollo
de este tipo de nacionalismo antiliberal, tendrá fundamentalmente dos
consecuencias: por un lado impulsará las conquistas coloniales, y
por otro exacerbar las diferencias y los pleitos entre los distintos pueblos
europeos, agravando los conflictos políticos interestatales. Todo ello se reflejó en las tensiones que se produjeron en la época de la Paz Armada (1880-1914) y que estallarían en la llamada la Gran Guerra.
Con el nuevo
nacionalismo agresivo, las fuerzas conservadoras aumentaron su protagonismo e influencia política frente a los liberales, buena parte de los cuales acabaron aceptando los postulados de esta nueva ideología, ya que el
proteccionismo económico y el Imperialismo les beneficiaba.
De esta forma
podemos decir que el liberalismo a finales del siglo XIX, estaba escindido en diversos
grupos divergentes, algunos de los cuales defendían doctrinas de no-intervencionismo (laissez faire) mientras otros se aliaban con los sectores más conservadores,
defendiendo el proteccionismo y el Imperialismo, y un tercer grupo abogaba por
una solución intermedia (liberales reformistas).
Por tanto a
finales del siglo pasado, con el liberalismo debilitado y dividido en varios frentes y el auge de movimientos antiliberales como el
nacionalismo agresivo y el socialismo, la situación política e ideológica varió respecto a años anteriores, derivando en una serie de conflictos y
tensiones entre grupos sociales y entre países que acabaron desarrollándose
plenamente durante la Primera Guerra mundial. Después de ésta, mientras el liberalismo más democrático se imponía en las naciones
de Europa occidental, el Socialismo llegaba al poder en la Rusia zarista, que
se convertiría en una unión de repúblicas socialistas soviéticas (CCCP),
mientras que los nacionalismos agresivos, más desarrollados y con el nombre de fascismos van adquiriendo el predominio en Alemania e Italia.
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