viernes, 25 de octubre de 2013

Globalización y antiglobalización


Los medios de comunicación, especialmente los medios de comunicación de masas (prensa, cine, radio, televisión) habían permitido desde el inicio del siglo XX la difusión mundial del poder blando de la cultura estadounidense en todos sus contenidos, tanto la ideología subyacente todo tipo de información, cultural, anecdótica o embrutecedora, o la misma publicidad. La revolución informática, la telefonía móvil e internet han llevado el proceso a su extremo en la década final del siglo XX y la primera del siglo XXI (blogosfera, web 2.0, etc.).

La intensificación de los movimientos migratorios (cuya necesidad, represión o control es objeto de intensos debates), la mejora tecnológica en el transporte de mercancías (logística, normalización de contenedores), la cada vez más libre circulación de capitales y la caída o liberalización de las barreras comerciales por el fin de los bloques y las sucesivas rondas del GATT y la Organización Mundial de Comercio; han llevado la antigua economía-mundo del siglo XVI a un grado de integración nunca antes conocido.

La homogeneización de estilos de vida parece haber confirmado la hipótesis de Marshall Mac Luhan, que hablaba de la aldea global en los años sesenta. La descentralización que implica el concepto de red hace que sean cada vez más habituales los contenidos alternativos al dominante (la televisión árabe Al Yazira como competencia de la norteamericana CNN, las películas de Bollywood o el manga japonés). La aceleración en el ritmo de cambio de las modas, las tendencias y los referentes culturales los hace efímeros y de difícil seguimiento fuera de cada tribu urbana identidicada con alguno de ellos. En múltiples campos se generan efectos insospechados de la aplicación del concepto de la simultaneidad posibilitada por el intercambio masivo de información en tiempo real. Los movimientos sociales tradicionales se están transformando de un modo decisivo, incluso las convocatorias para las manifestaciones y protestas han dejado de hacerse por los medios tradicionales para realizarse de forma autónoma y espontánea por las propia dinámica generada en las redes sociales. La comunidad científica (en cuyo seno surgió la World Wide Web como un mecanismo de colaboración entre grupos de investigación) ha llevado a cabo programas de potencia insospechada, como el Proyecto Genoma Humano (1984-2000) y los avances en ingeniería genética, que podrían cuestionar el mismo concepto de ser humano (transhumanismo).

Los partidarios de la globalización argumentan que facilita el libre intercambio de ideas, la expresión individual y el respeto por los derechos de las personas, además de ser inevitable, como lo es el progreso tecnológico. Sus detractores denuncian que la globalización es unilateral y promueve el predominio de una cultura particular (la estadounidense) que acabaría imponiéndose a todo el planeta acabando con las minorías culturales, lingüísticas y religiosas, y que los defensores de la globalización en realidad defienden sus propios intereses económicos, como la sumisión de los estados a una competencia suicida por la deslocalización el dumping social y el dumping ecológico.

No existe una unidad de intereses ni de expresión en estos movimientos, que incluyen desde la defensa del proteccionismo agrario (José Bové) hasta las más clásicas protestas sociales antes expresadas en el movimiento obrero, el ecologismo y el pacifismo. Paradójicamente, la respuesta a la globalización se ha organizado en torno a redes sociales dinámicas permitidas por el propio proceso de globalización, con el denominado movimiento antiglobalización o altermundialismo, iniciado de forma más o menos espontánea en las manifestaciones de Seattle (1999) como respuesta a la reunión del FMI y en la Contracumbre del G8 en Génova (2001) e institucionalizado en torno al Foro Social Mundial de Porto Alegre (organizado de forma alternativa a los mismos y a los elitistas encuentros del denominado Hombre de Davos). Han generado el lema otro mundo es posible.

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